Buenas noches! Estamos en tiempo de Adviento, aunque hoy en día, salvo quizás por el calendario de Adviento, pocos son los que vivimos este tiempo de preparación y espera antes de la llegada de la Navidad (de Jesús).
Se trata de un tiempo de preparación, como cuando una está embarazada y va preparando todo para la llegada del bebé… Lo malo es que la Navidad cada vez ha ido perdiendo más ese sentido espiritual y de canto al amor, por convertirse en un canto al consumismo y al derroche… Parece que ahora sólo importen los regalos (cuántos más mejor, y cuánto más que los demás, mejor aún!), y el derroche en las comidas. Porque ahora lo de las reuniones familiares, parece más una obligación, postureo y aparentar, más que el deseo real de querer estar con la gente que quieres… No creo que hace años las mesas estuvieran llenas de tantas viandas exquisitas, sin embargo, si que había más gente alrededor de las mesas, pues primaba el estar juntos y disfrutar de la compañía del otro…
Pero no me enrollo más… quiero compartir con vosotros un cuento de Adviento (un pelín religioso quizás), que me ha parecido muy bonito en su fondo… la importancia de amar y disfrutar de hacer el bien, simplemente por uno mismo.
“Hace tiempo que un viajero en una de sus vueltas por el mundo, llegó a una tierra. Le llamó la atención la belleza de sus arroyos que cruzaban los campos, los sembrados.
Habiendo caminado ya un rato, se encontró con la casas del pueblo, sencillas coloridas y con puertas abiertas de para en par. No podía creerlo…él venía de un lugar muy distinto…
Se fue acercando pero su sorpresa fue mayor cuando tres niños, hermanitos, salieron a recibirlo y lo invitaron a pasar. Los padres de los niños invitaron al viajero a quedarse con ellos unos días.
El viajero aprendió muchas cosas, por ejemplo a hornear el pan, trabajar la tierra, ordeñar las vacas, pero había una de la cual no podía descubrir el significado. Cada días y algunos días en varias ocasiones el papá la mamá y los hermanos se acercaban a una mesita donde habían colocado las figuras de María y José, un burrito marrón y una vaca. Despacito dejaban una pajita entre María y José. Con el correr de los días el colchoncito de pajitas iba aumentando y se hacía más mullido.
Cuando le llegó al viajero el momento de partir , la familia le entregó un pan calientito y frutas para el camino, lo abrazaron y lo despidieron. Ya se iba cuando dándose vuelta les dijo:
– Una cosa quisiera llevarme de este hermoso momento.
– Por supuesto le contestaron ¿ Qué más podemos darte para el camino?
– Y el viajero entonces preguntó- ¿ Por qué iban dejando esas pajitas a los pies de María y José?
Ellos sonrieron y el niño más pequeño respondió:
Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una pajita y la llevamos al pesebre. Y así vamos preparando para que cuando llegue el niño Jesús, María tenga un lugar para recostarlo. Si amamos poco, el colchón va a der un colchón delgado y por lo mismo frio. Pero si amamos mucho, Jesús va a estar más cómodo y calientito.
El viajero parecía comprenderlo todo. Sintió ganas de quedarse con esa familia hasta la Nochebuena, pero una voz adentro suyo lo invitó a llevar por otros pueblos lo que había conocido tanto de nuevas labores, como de los corazones sencillos tan llenos de amor, como los de esa familia… “