Me he propuesto intentar remover conciencias y corazones todos los viernes, siempre que cuente con historias de gente valiente. En este caso, la historia habla en primera persona lo difícil que es a veces lograr que un embarazo llegue a término. Un tema muy tabú, pero mucho más habitual de lo que se piensa. Mil gracias Yolanda por estar siempre disponible para mi y por desprender tanta vida después de lo que has vivido. Eres grande mi piña! “Cuando decidí que quería ser madre, jamás me habría imaginado que el camino que estaba a punto de emprender estaría lleno de obstáculos y de lágrimas.
Mi primer embarazo llegó tras nueve meses de búsqueda. Ahora sé que nueve meses no es mucho, pero a mi se me hacía un mundo. Cada mes, cuando me bajaba la regla era un drama.
Al final llegó mi ansiado positivo. Pero tras la tremenda ilusión inicial, empecé a sentir que algo no iba bien. Tenía fuertes dolores y empecé a perder.
Así que acudimos a urgencias donde me confirmaron que había sufrido un aborto espontáneo.
Fue un duro golpe, pero intenté reponerme, relajarme y seguir adelante. Decidí disfrutar de nuestras vacaciones en Menorca y lo demás ya vendría.
Después de Menorca nos fuimos al pueblo a ver a la familia, y allí caí en que hacía seis semanas de mi pérdida y seguía sin regla. Así que me hice un test de embarazo que dió positivo.
Fue un embarazo duro, con pruebas para descartar síndrome de down, amniocentesis, mi suegro enfermo….
Por suerte todo salió bien y mi hija nació sana y fuerte en la semana 38 de gestación, por parto natural.
Todo era felicidad hasta que decidimos darle un hermano a nuestra hija.
Hasta en tres ocasiones me quedé embarazada. Y en esas tres ocasiones, cada vez que el test daba positivo, yo ponía toda la carne en el asador, cuidándome a tope. Pero alrededor de la semana 10-12 mi cuerpo empezaba a avisarme, algo no iba bien. Incluso una noche soñé que tenía un bebé en brazos recién nacido y se me escurría de entre las manos y caía al vacío, sin que yo pudiera salvarlo. Al día siguiente acudí a urgencias porque tenía perdidas. Y allí venía una de las frases más lapidarias para mi: no hay latido.
Me enfrenté a un legrado con un embarazo, y a dos manejos expectantes con los otros dos. En todos la sensación de vacío era inmensa. Sabía que dentro de mi ya no había nada. Y el dolor que sentía me dejaba Ko, no podía avanzar.
La gente a mi alrededor me decía cosas para animarme y no entendían que sus frases hacían que me doliera aún más.
Me decían: “eres joven, ya tendrás otro”. (Ya, pero es que yo quiero a este).
O: “bueno estabas de muy poco” (ya, pero para mi era mi hijo, mi feto de 12 semanas).
O: “ya tienes una” (ya, pero quiero darle un hermano).
Y muchas más barbaridades fruto de su falta de herramientas para gestionar el tema, no saber entender mi duelo. No les culpo, al contrario, se que sufrían de verme hundida y no sabían que decirme.
Recuerdo un día en que mi hija me vio llorando ( ella debía tener 4 o 5 añitos) y me dijo mientras me abrazaba: “mamá no llores, yo iré al mercado a comprar otro bebé, lo pondremos dentro de tu barriga y así no estarás triste.”
Ahora con la perspectiva que me da el paso de unos años, veo que quizás mi obsesión por volver a ser madre otra vez me llevó a dejar un poco de lado a mi hija, y a mi pareja. Pero en ese momento el dolor no me dejaba ver más allá.
Tras 4 abortos, decidieron hacerme pruebas y acepté. Tras varios meses de diferentes pruebas a los dos, la conclusión de la ginecóloga era que no sabían porque mis embarazos no habían llegado a término, por algún extraño motivo, se paraban alrededor de la semana 10-12 y mi cuerpo lo rechazaba. La doctora llegó a insinuarme que quizás eran niños, y que por algún motivo quizás (era todo muy hipotético) mi cuerpo rechazaba el gen masculino.
Como no había nada claro, me animaron a probar una vez más. Yo estaba muy desgastada emocionalmente, agotada. Pasar hasta cuatro veces por un aborto me había dejado una herida demasiado grande que sangraba constantemente.
Aún así decidí darme una última oportunidad. Me dije que si esa no salía bien, me plantaba. Mi hija y mi marido me necesitaban, yo me necesitaba a mi misma bien, fuerte y feliz.
Así que nos lanzamos a buscar. Y al segundo mes, ahí estaba mi ansiado positivo.
Inmediatamente me visitaron en el hospital y fue allí donde me llevaron todo el embarazo. Desde el primer día tuve que pincharme heparina y tomar progesterona. Nada aseguraba nada pero íbamos a poner todas las armas a mi alcance para que ese embarazo llegara a término.
En la semana 6, recuerdo las palabras de mi doctora: siempre hay que ser prudentes y más en tu caso, pero esto pinta muy bien!
Las semanas pasaban lentamente, y yo temía a que llegaran las semanas 10-12. La ansiedad me carcomía por dentro. Era como una línea imaginaria. Allí acababa todo siempre. Pero no fue así. La semana 12 pasó. Me quitaron la medicación y la cosa avanzaba. Me hicieron la amniocentesis para descartar posibles anomalías cromosómicas. Resultado perfecto y sexo del bebé: otra niña!
Todo iba perfecto. Demasiado verdad?
Pues bien, un nuevo palo venía a ponernos a prueba a mi bebé y a mi. Mi padre enfermaba de un cáncer fulminante y dos meses más tarde moría. Yo estaba en mi sexto mes de embarazo. Mis ginecólogas estaba al tanto de todo lo que yo estaba sufriendo y cuidaron mucho de mi.
Tras fallecer mi padre, y debido al dolor y la ansiedad, empecé a tener contracciones. La matrona estaba preocupada y me dijo que por mi padre ya no podía hacer nada, pero por mi hija si. Que si nacía ahora probablemente saldría adelante pero que donde mejor estaba era en mi barriga.
Así que una vez más me tocó tragarme mi dolor, y pensar en mi hija. La meditación y los ejercicios de relajación me ayudaron mucho esas semanas.
Finalmente mi segunda hija nació por parto inducido debido a mi diabetes gestacional, en la semana 37. Sana, perfecta.
Cuando me la pusieron piel con piel por primera vez, lloré, mucho, por todo y por tanto. Por mis bebés no nacidos, por mi padre que se había marchado sabiendo que estaba a punto de conseguir ser madre otra vez, por mi primera hija que no se merecía que mi dolor la hubiera apartado un poco de mi lado, lloré por mi segunda hija, que a pesar de todo había llegado por fin a nuestros brazos.
La vida me ha puesto a prueba. El camino de mi maternidad ha sido muy duro. Me tatué en el cuerpo 4 estrellas. Son mis hijos no nacidos. Quería tenerlos siempre conmigo, como si temiera olvidarlos alguna vez.
Todo mi camino me transformó de una forma profunda, y me abrió el camino que decidí emprender. Mi experiencia ha sido dura y he intentado darle un sentido, ayudando y acompañando a mujeres que pasen por lo mismo que pasé yo.
No quiero dar pena, ni pretendo dar lecciones. Sólo mostrar mi realidad, que aunque ha sido muy dura, también puedo decir que para mi, ser madre, ha sido una experiencia maravillosa.” Mil gracias de nuevo por abrirnos tu corazón…