¿Te diste cuenta de que cuando un niño se cae o se golpea, no mira de forma inmediata la zona afectada, sino el rostro del adulto que lo acompaña?
Esto es porque, al estar aprendiendo continuamente sobre sentimientos y emociones, nuestro hijo buscará medir la dimensión de su dolor en nuestro rostro. Por eso hay que tener cuidado, pues los adultos podemos mostrar por lo menos dos actitudes que no ayudan:
- Están los que hacen que no miran, incluso si están con alguien le indican “mejor no lo mires, que si no llora”. Pero es necesario saber que esta indiferencia no permitirá al niño indagar sobre su dolor, no estamos enseñándole ni a identificarlo, ni medirlo, mucho menos aliviarlo. Por el contrario, hacer como que ‘no pasó nada’ (y decirlo) cuando algo, y muy feo para el niño, en efecto sucedió, puede ir amoldándolo a la idea de que las emociones se obvian, se suprimen, se niegan (y sí que sabemos/sufrimos los adultos de las consecuencias de esto.) No privemos nunca a nuestros niños de nuestra mirada, ser indiferente puede ser entendido como ‘no me importa lo que te pase’ y estoy segura de que ningún padre querría que su niño sienta eso.
- Están también quienes se aterrorizan y toman una actitud de alarma extrema, exclamando y poniendo cara de espanto. Esto puede aterrorizar más, haciéndole creer al niño que el alivio no llegará, y que para mirar una herida (física/emocional) es necesario sobredimensionar. Tampoco ‘peguemos’ al piso o mueble con el que se golpeó, diciéndole ‘malo, malo’ pues ni el piso, ni el mueble ¡tienen la culpa! No cometamos el error de criar niños castigadores, que busquen inmediatamente un culpable fuera. Dejemos de reforzar el rol de ‘víctima’, acompañando a entender lo que realmente sucedió, aprendiendo a buscar soluciones.
Será mejor que contemos, sin obviar ni exagerar, empatizando y ofreciendo alivio:
- “Oh, te caíste amorcito, qué pena que te haya sucedido esto, ya va sanar/lo vamos a curar… creo que no te diste cuenta de que había una piedra y te tropezaste, tendremos más cuidado la próxima vez”
- Aquí el ‘sana sana’ es también un gran aliado, pues podemos aliviar el dolor en el cuerpo mediante el contacto, tan rico también para el alma.
- Cuando un niño se caiga o se golpee, recuerda que para él, el dolor cobra identidad: se toca, se mira, se siente y se alivia con la mirada, empatía y amor de nosotros los adultos.